Si en mi familia se siguiese la costumbre (aunque no sé con exactitud dónde lo sea) de nombrar a los niños de acuerdo con el santo que corresponde al día de su nacimiento, tendría yo una hermana llamada Nerea o Juana, y un hermano Leoncio o Nicetas. Para bien o para mal, no es el caso. Pero lo que quería considerar ahora no son costumbres familiares, sino la relación de los nombres con las personas. En general, sin ponerse demasiado filosófico, uno puede darse cuenta de que los nombres siempre se quedan cortos respecto de las cosas: un nombre es una simplísima composición de letras, y una cosa, una complejísima composición de (¿?), digamos, propiedades. En cualquier caso, a pesar de esa especie de disfunción, se afirma que los nombres designan las cosas, nos las indican. Es más, nos muestran lo que son. Pero, en el caso de personas, ¿cómo podría pasar eso? Se intenta poner a todo el nombre que le corresponde, pero las personas parecen eludir esa correspondencia. Por eso, siendo...