Anécdotas colombianas
Anoche me monté en el bus equivocado.
En uno que iba exactamente en la dirección contraria a la que me
dirijo siempre. En cualquier lugar del mundo, esto no dejaría de ser
una idiotez más para contar a los amigos. Aquí no. Aquí adquiere
visos colombianos.
Al darme cuenta de mi error –al ver
el edificio de catastro, por donde casi nunca paso–, quise bajarme.
Logré esto después de un par de minutos, pues el bus iba atestado
de personas. El bus paró en un lugar en la carrera 30 frente al que
hay un Home Center. Desolado.
Cinco segundos después de bajarme,
oigo voces a mi espalda y, al mirar, veo a alguien que me grita. No
le entiendo. Sólo veo que mueve un cuchillo cerca de mi espalda.
Eran dos. Me pedían el celular. Yo intentaba sacarlo pero no podía.
De repente, el del cuchillo empezó a pedirme la maleta. Mi reacción
(no pensada) fue la de negarme a dársela. Y vino la puñalada en el
brazo derecho. Dos taxistas habían parado a ver qué pasaba, e
incluso uno se bajó a ayudarme. Por eso, los ladrones salieron
corriendo. Hasta aquí la anécdota ya se ha hecho colombiana, pero
aún no lo es completamente.
Fui llevado por uno de los taxistas a
la Clínica Colombia, a urgencias. En el camino me decía el
chofer: „¿Usted qué hacía solo por ahí?... Lástima no tener
una pistola para coger a tiros a esa gente“.
La clínica, por lo demás, parecía
hacer honor a su nombre. En mi cabeza lo lógico es (o era, ya no
sé), ser atendido inmediatamente. No fue el caso (ni es el caso para
nadie que vaya a urgencias). Una sóla persona atendía un cuarto
pequeño para los que requerían atención inmediata (aunque lo de
'inmediato' sólo se cumple si alguien llega moribundo). Después de
esperar diez minutos, pedí ser visto por otra enfermera, pues la
encargada atendía a gente que, evidentemente, lo necesitaba más que
yo.
Le pedí eso a los guardias. A las
enfermeras. A los médicos. Todos sin excepción me dijeron que tenía
que seguir el procedimiento regular y que esa era la ley. Después de
hora y media nadie había visto mi herida. Un médico, cansado de mis
reclamos, llegó a dirigirse en voz baja a una de las enfermeras y
decirle: „Todo por esa herida tan pequeña...“.
Después de dos horas fue desinfectada
la herida y una hora después fui visto por un médico. Otros con los
que pude hablar en ese tiempo llevaban más de cuatro horas esperando
(por una fractura uno de ellos) y no habían pasado aún a consulta.
Colombia me ha enseñado a temer. Y
escribo tan sólo para sacar algo de ese temor, por mi familia, por
mis amigos, porque estamos más o menos condenados a vivir en
semejantes circunstancias.
Sé que aquí pasan cosas mucho peores.
Y las he visto. Y las ha sufrido gente muy cercana. Pero saber eso no
me quita el hastío por la vida diaria en un lugar como este, que,
más que colombianos, tiene ciertos visos de miseria.
Ay, qué mal, espero que estés bien y que no te quede sólo el trauma. Por lo menos hay taxistas que defienden al desvalido...? animo!
ReplyDelete¡Gracias Marcela!
DeleteOjalá se recupere pronto, aunque es claro que uno no se recupera de ese hastío de vivir en un lugar así.
ReplyDelete¡Gracias Luisa!
DeleteThis comment has been removed by the author.
ReplyDeleteUf, que susto!! espero que recuperes pronto de tu herida (la del brazo y la del alma )
ReplyDeleteun abrazo
¡Mil gracias Pedro!
DeleteMenos mal, pudo haber sido mucho peor. Me alegro de que el incidente no haya sido más grave, deseo que te recuperes pronto.
ReplyDeleteUn saludo
¡Gracias José Luis! Un saludo.
DeleteAy indi... pobresito :(
ReplyDeletehablando en serio, muy triste todo
ReplyDelete¿Muy triste todo el blog? -¡Gracias Juan Diego!
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