La La Land (Dir. Damien Gazelle, 2016)


Lo siguiente no es en sentido propio un análisis cinematográfico de La La Land, musical que algunos han descrito como independiente pero que por sus escenografías y vestuario supongo que ha tenido más bien un alto presupuesto (y de hecho recomiendo no leer lo que sigue a quienes no la han visto). Lo que quiero hacer aquí es considerar dos tesis implícitas en la historia de la película. La primera se podría ver como inspiradora. La segunda como profundamente pesimista.


1. El amor como impulso: al inicio de la película nos encontramos con dos personajes, Mia y Sebastian (interpretados por Emma Stone y Ryan Gosling, los dos con nominaciones a los Oscars por estos papeles), que están a punto de perder la fe en sí mismos, pues su talento no es reconocido. Al conocerse, cada uno se vuelve el motor de los sueños del otro. De ahí en adelante la necesidad de reconocimiento por parte de un público será secundaria, el reconocimiento determinante será el que hace el uno del otro.


2. Cumplir los sueños no es equivalente a ser felices: tener una vida planeada, o poner nuestra felicidad en alcanzar un objetivo determinado, implica algunas veces dejar atrás nuestra familia, amigos, etc. (quienes quizá han sido los que nos han animado a seguir esos sueños). Y tal vez con eso que dejamos atrás pongamos en juego -sin darnos cuenta- nuestra felicidad.

La La Land es dirigida por Damien Gazelle, director también de Whiplash (de hecho J. K. Simmons, actor que ganó un Oscar por su interpretación del desalmado maestro Fletcher, tiene una corta aparición en el musical).


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